José Ortega y Gasset.
En el comienzo de la Meditación preliminar de sus mesiánicas Meditaciones del Quijote, José Ortega y Gasset, según su peculiar querencia estilística, nos envuelve en un paisaje: “El Monasterio de El Escorial se levanta sobre un collado. La ladera meridional de este collado desciende bajo la cobertura de un boscaje, que es a un tiempo robledo y fresneda. El sitio se llama La Herrería. La cárdena mole ejemplar del edificio modifica, según la estación, su carácter merced a este manto de espesura tendido a sus plantas, que es en invierno cobrizo, áureo en otoño y de un verde oscuro en estío”.
Poco después nos internaremos en lo oculto bosque y más, allá, en un cervantismo inusitado, provocador frente al cervantismo de la Restauración y del noventayocho Unamuno. Antes de las líneas precedentes, en una introducción (Lector…) el autor, recién treintañero pero bastante adulto desde hacía tiempo, descolgó lemas hoy reconocibles desde el bachillerato. Así, «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo». Este libro, el primero de Ortega, que se pretendía único en la literatura y filosofía española (se pretendía el primero de la Historia de esta segunda disciplina) será debidamente atendido y ponderado en las Jornadas Internacionales Centenario “Meditaciones del Quijote”, hoy 29 y mañana 30 de mayo. En la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, en la Residencia de Estudiantes y en la Universidad Complutense de Madrid se van a reunir sus grandes especialistas. El coordinador Javier Zamora Bonilla, director del Centro de Estudios Orteguianos y biógrafo del intelectual madrileño, ha editado, por cierto, hace no mucho, la Guía Comares de Ortega y Gasset, a la que también hay que prestar atención.
Sobre el texto en cuestión (que se acabó de imprimir el 21 de julio de 1914 en imprenta Clásica Española para Publicaciones de la Residencia de Estudiantes) tenemos dos ediciones comentadas muy diferentes: la exhaustiva y muy orteguiana de Julián Marías, publicada en el 57 por primera vez (hoy la tienen en Cátedra) y otra, muy diferente, aireada, actualizada y equilibrada de José Luis Villacañas (Biblioteca Nueva). 1914, en general, fue un año decisivo para el autor. Los mentados comentarios dan cuenta de la encrucijada de influencias (Navarro Ledesma, Renan, Nietzsche, Hermann Cohen) del joven Ortega, ya famoso antes de publicar este primer libro (aunque antes, en 1909, se pagó la edición de su tesis doctoral Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda). Las Meditaciones, en ese sentido, justifican y potencian un estatus ya conquistado por el ya entonces catedrático de Metafísica de la Universidad de Madrid y publicista de periódico con cierta carrera.
Un año esencial
1914 es definitivo, y también definitorio para Ortega. En marzo leyó en el Teatro de la Comedia su conferencia Vieja y nueva política (comentada en edición de Biblioteca Nueva por el profesor Cerezo Galán), su primera actuación plenamente pública, en torno a la Liga de Educación Política Española, donde se proponía la gran reforma frente a la España oficial de los mayores, donde aparece la famosa europeización como fórmula. En palabras de Antonio Elorza (La razón y la sombra: una lectura política de Ortega y Gasset): «crítica racionalista de la Restauración y la concepción dualista del proceso social como interacción de individualidades egregias y masa plebeya». Dice Elorza: «Krause es sustituido por Nietzsche». Además, su prólogo de estética a un poemario, El pasajero, de Moreno Villa, data igualmente de 1914: en este campo, que cultivó Ortega hasta la vejez, también habrá grandes hallazgos futuros y un título célebre como La deshumanización del arte. De modo que, a cien años de distancia, fue un periodo que permite adivinar mucho de su recorrido.
En la contraportada de la primera edición de Meditaciones del Quijote, Ortega anunciaba 10 meditaciones más. Aquí tenemos un rasgo perpetuo en el escritor: el libro prometido que nunca llegará. Lo cuenta Jordi Gracia en su recentísima biografía José Ortega y Gasset (véase la entrevista que Blanca Berasátegui hace al autor en este suplemento): “Meditaciones del Quijote es el efecto colateral del abandono del libro de Ortega [Pío Baroja. Anatomía de un alma dispersa], y quizá incluso nace de advertir que buena parte de lo que había escrito a propósito de Baroja iba a valer también, y a una altura más condigna, para Cervantes y el Quijote. En la práctica, el primer libro de Ortega nace de su innata dispersión y de dos abandonos, a los que sigue una nueva deserción, porque tampoco esas Meditaciones tendrán la continuidad proyectada como tales meditaciones”.
El Quijote y Marburgo
Así, Ortega, pasados los 30 años, en la época (según diría él mismo) de “actuación histórica del hombre”, presentó una cultura (la española) esclerotizada. Ya en la cita del filósofo neokantiano Marburgo Cohen, Ortega explicita el proyecto de ampliar la perspectiva casticista española gracias a Europa. Todo hombre, dice Ortega, tiene un muñón de héroe y el héroe, el aventurero es el reformador de la cultura. La circunstancia (que es lo inmediato en el hombre, su espontaneidad) es lo que genera, lo que vivifica la cultura por medio de ideales: el Quijote representa la voluntad de aventura, de experimento, ahí está la salvación. Pero no es un libro doctrinal y cerrado. Es como un límpido jardín de estampas (breves capítulos, llenos de símbolos y viveza). Se desarrollan cuestiones abiertas: por ahí pasa Goethe, cuestiones relativas al mito: mito y ciencia, mito en la épica y en la novela realista, una especie de biología de la cultura Occidental (con Grecia y Roma, y Alemania y España con paradigmas opuestos, pero en conexión), la pantera del sensualismo español, indicios de una teoría fenomenológica…
Terminemos con otro paisaje. El breve capítulo llamado Parábola, acaso, una auto-ironía: España como témpano, el intelectual como el explorador. “Cuenta Parry que en su viaje polar avanzó un día entero dirección Norte, haciendo galopar valientemente los perros de su trineo. A la noche verificó las observaciones para determinar la altura a que se hallaba y, con gran sorpresa, notó que se encontraba mucho más al Sur que de mañana. Durante todo el día se había afanado hacia el Norte corriendo sobre un inmenso témpano a quien una corriente oceánica arrastraba hacia el Sur”.