El 19 de mayo de 2017 en Tiempos Modernos hablamos del retorno de Ortega y Gasset con Fernando Alonso Barahona, escritor y analista cinematográfico. Madrid, 1946. Europa es un campo humeante de ruinas tras la segunda guerra mundial. España, que aún sufre la posguerra, empieza a padecer además los efectos terribles del bloqueo internacional. Y en ese dificilísimo contexto, vuelve a la autoritaria España de Franco uno de los grandes nombres del pensamiento liberal y promotor intelectual de la II República: Ortega y Gasset. ¿Quién era Ortega? Formado en los críticos años del Desastre del 98, criado en los ambientes de la alta burguesía liberal, Ortega desarrolló un pensamiento propio con claras influencias europeas más que españolas. Su filosofía se sustancia en el denominado raciovitalismo, es decir, la tesis de que el hombre ha de ser entendido como una combinación de ejercicio de la razón y de fuerza vital. Todo ello en un contexto histórico que no determina, pero sí encauza la acción humana: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Obras como “La rebelión de las masas” le consagraron como uno de los intérpretes más agudos del siglo, aunque, como la mayoría de sus contemporáneos en España, no fue plenamente capaz de interpretar la crisis nacional en el contexto de la crisis general europea del principio del siglo XX. Desde los años veinte Ortega y Gasset ejerció una enorme influencia en el campo cultural y político a través de sus artículos en prensa, hasta el punto de que se le puede considerar como el filósofo por antonomasia de esta época. En 1923 fundó la Revista de Occidente, una de las mayores empresas intelectuales del siglo. Su pensamiento no está exento de puntos débiles. Sus interpretaciones sobre la Historia de España son con frecuencia arbitrarias o erróneas. Asimismo, su contribución a la vida política, como abanderado de la II República, fue bastante desdichada: promovió con entusiasmo el régimen republicano, pero enseguida empezó a criticarlo –con razón- y terminó huyendo del Madrid rojo en 1936 y defendiendo la sublevación militar. Lo mismo hicieron, por cierto, los otros “padres” del Manifiesto republicano, Marañón y Pérez de Ayala.