España y Julián Marías
Rubén Franco González
Reseña de dos libros recién aparecidos: Pensar España con Julián Marías (Rialp, abril 2012) de Enrique González; y La guerra civil, ¿cómo pudo ocurrir? (Fórcola, abril 2012)
«No soy nacionalista español.»
Julián Marías

Enrique González, Pensar España con Julián Marías, Rialp, abril 2012Introducción

Hace casi un año, en las páginas de esta revista hablábamos de la actualidad de Julián Marías, al publicarse una biografía (Julián Marías. Retrato del filósofo enamorado) y reeditarse su primer libro (Notas de un viaje a Oriente). Ahora volvemos a hacer lo propio ya que acaban de llegar a las librerías dos obras de/sobre (especialmente, «de») Julián Marías, filósofo vallisoletano nacido el 17 de junio de 1914, por lo que en un par de años se conmemorará el centenario de su nacimiento.

Son dos libros sobre España de mucho interés, todavía hoy. Es más, sobre todo hoy. Muchos piensan que «a estas alturas del siglo XXI» (no sabemos de qué grandes alturas se habla) la cuestión de España es algo añejo, pasado de moda. Hoy día, nadie que no sea un «facha» puede interesarse por el tema de España, el problema de España. La idea de España está de más. Sólo un fanático puede interesarse por esos temas. Y de este modo, un libro que trate sobre qué sea España, sobre la idea de España es cuestión prescindible.

Pero claro, esto no es así en absoluto. La cuestión histórico-filosófica de España ha estado muy presente en los años del zapaterismo, siendo el propio Rodríguez Zapatero quien consideraba que el concepto de España como nación es «discutido y discutible»{1}. La cuestión, por ejemplo, del Estatuto de Cataluña que tanta atención suscitó en los últimos años nos obliga a enfrentarnos con la idea de España, sea ésta la que sea. Y con el asunto del estatuto catalán engarzamos con los discursos de Azaña y Ortega en el parlamento en 1932 sobre el mismo{2}, es decir, los años de la república, y enseguida un ambiente (pre)bélico.

Pero también las relaciones de España con los países hispanos nos mete de lleno en cuestiones ontológicas sobre España. O el papel que desempeña España en Europa y en la Unión Europea, más que nunca de actualidad, debido a la crisis económica en la que se halla inmersa España.

La denominada Ley de Memoria Histórica es ejemplo de la actualidad de la guerra civil. Pero precisamente por no estudiarla y conocerla, y, en definitiva, asumirla y superarla, es por lo que ha salido esa ley, que pretende reescribir la Historia mientras retira estatuas ecuestres con nocturnidad y alevosía. Julián Marías ofrece una mirada serena, con cierta distancia, parcial y a la vez objetiva, y, sobre todo, una visión no sectaria. No lo fue durante el transcurso de la contienda ni lo era en 1980, cuando escribe el texto que pronto veremos. En él nos dice que, entonces, en los años de la República, sobre todo a partir de 1934, «lo único que importaba saber de un hombre, una mujer, un libro, una empresa, una propuesta, era si era de «derechas» o de «izquierdas», y la reacción era automática» (p. 44). Situación que no nos es muy lejana.

Aquí, en este artículo, vamos a explicar en qué consisten estos libros a la par que los comentamos. Hablaremos de la idea de España en la medida en que ambos libros lo hacen, sobre todo el de Enrique González, pero no podemos analizar la idea de España en general, cómo surge, la distinción entre ideas y conceptos, los precedentes de Marías en cuanto a la visión de España se trata, el desarrollo de ésta y las polémicas que suscitó en el siglo XX, &c. Establecer un esquema de interpretación de todo eso sería asunto de una tesis doctoral.

Pensar España con Julián Marías

Es un libro de 203 páginas dedicado a Harold Raley (amigo y estudioso de Marías: puede verse su libro La visión responsable (1977) y Julián Marías: una filosofía desde dentro (1997)). Su autor es Enrique González Fernández, nacido en 1962, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, y profesor de Filosofía en la Universidad San Dámaso de Madrid. Autor de varios libros (como él se encargará de señalar) y decenas de artículos (como sus publicaciones en Cuenta y Razón, con varios artículos sobre Marías).

Por la importancia que tiene el tema de España y los análisis de Marías sobre el mismo, Enrique González ha tenido la brillante idea de publicar el libro que reseñamos. La idea es condensar la esencia del pensamiento de Marías en cuanto a España se refiere y darla a conocer a un público nuevo, o refrescar la memoria de quienes ya han leído a don Julián y están familiarizados con su obra. Con la cantidad de artículos que escribió Marías y con varios libros sobre el tema, el libro sale solo. Básicamente, el autor deja hablar a Marías, con la intención de dejar hablar al maestro («su» maestro{3}). Es un procedimiento que puede ser discutido (y de lo hecho lo es), pero que está bien. Para exponer el pensamiento de Marías (o del autor que se trate), caben dos opciones: o ir explicándolo «en primera persona», sin citar literalmente nada del autor en cuestión (sin comillas), o, por el contrario, asumir que nadie mejor que el propio autor para expresar sus ideas, juzgando un desgaste inútil y una pérdida de calidad el exponer la doctrina del autor si no se añade nada de cosecha propia. González opta mayoritariamente por la segunda opción pero también hace uso de la primera.

Y González ha escogido como núcleo del libro la obra de Marías España inteligible, que aúna sus pensamientos sobre lo que es, ha sido y será («el destino» al que tanto apelaba) España. Es un libro de filosofía de la historia, no de historia, como Marías remarcaba, pero que los historiadores no alcanzan a comprenderlo (mutatis mutandis, como lo es España frente a Europa). Aunque, como no puede ser de otro modo, deba tener muy en cuenta lo que efectivamente ha sido España, con sus luces y sus sombras, teniendo más fuerza, a juicio de Marías (y al nuestro), las primeras. González se encarga de señalar que el de España inteligible era un libro del que estaba muy orgulloso Marías. Quizá por ser la pieza central del pensamiento de Marías sobre España (a lo mejor de su obra entera{4}), la escoge González como hilo conductor que rara vez suelta. Mete de vez en cuando referencias a otras obras (veremos cuáles) de Marías y suyas propias (y deja fuera algún texto importante como el trabajo de Marías para el libro colectivo Visiones de España, 1986), pero básicamente podríamos decir que el libro es un resumen de España inteligible. Un resumen, como dijimos, bien para principiantes, bien para interesados en el tema de España. Para estudiosos (o simples lectores) de la obra de Marías aporta muy poco, más que el hecho de volver a sacarlo a la luz, y que se vea en los escaparates de las librerías y en los estantes de novedades de las mismas (que siempre está bien). Con esto no estamos, en absoluto, quitando méritos a la labor de González. Es un trabajo de selección, y tampoco es fácil. Hay que ver qué se pone, qué se omite o cuándo es pertinente introducir la referencia a otro texto de Marías. Todo ello lleva su tiempo, y de la misma operación ejecutada por distintos sujetos salen libros distintos, por lo que es, al mismo tiempo que fiel a Marías (por lo que hemos dicho), personal. Lo personal que tiene siempre hacer una selección, como pueda ser una antología{5}.

Es más, consideramos que es excesivamente personal. Llega a parecer (y no se lo tome a mal) que el principal objetivo del libro es mostrar que su autor (Enrique González) era gran amigo de Marías y el privilegiado que pudo trascribir, o corregir{6} los textos de don Julián. Todo eso está muy bien, y seguro que fue un placer y un privilegio hacerlo, pero llega a ser fatigoso el ejercicio reiterativo del autor en mostrarlo. Si pretende que el lector se admire o le admire, lo ha conseguido, y no vamos a recurrir al refranero español, que tanto gustaba a don Julián. El libro podía haberlo titulado España, Julián Marías y yo, o España entre Julián Marías y yo. Y no vea en ello su autor, insistimos, maldad o acritud por nuestra parte. Tuvo la suerte de tratar a Marías y celebramos que se sienta tan orgulloso de ello. Desde luego, al lector le ha quedado bien clara esa idea. Aún más: es posible que este libro sea el lugar más apropiado para decirlo, por qué no. Asimismo hay que tener en cuenta que las notas biográficas o anecdóticas siempre añaden información útil para comprender mejor al autor (a Marías y a González, en este caso). Para que se vea lo que estamos diciendo, y dada la importancia que González le otorga y al peso objetivo que tiene en el libro, consideramos pertinente, aún en una reseña más o menos breve como ésta, señalar los fragmentos (veinticinco) a los que nos estamos refiriendo (puede quedar alguno, pero nos parece que están todos). Son los siguientes (la negrita es nuestra):

1. «Cada vez que yo le preguntaba –varias veces durante los años de nuestra entrañable amistad– por el libro del que se encontrara más satisfecho de haber escrito, respondía invariablemente: «Sin lugar a dudas, España inteligible»» (p. 11).
2. «En los de alrededor de ciento cincuenta artículos que me dictó desde el año 2000, se le iluminaban los ojos, sobre todo, cada vez que hablaba de España. En uno de esos artículos me hizo escribir a propósito de España inteligible (...)» (p. 12).
3. «(...) Después de que Marías me pidiera hacer la recopilación y ordenación de muchos de sus artículos, que recogí en su libro titulado El curso del tiempo (dos volúmenes, 1998), me pidió también realizar parecida labor con otros artículos, que fueron publicados en los libros Tratado sobre la convivencia (2000), Entre dos siglos (2002) y La fuerza de la razón (2005). La mayor parte de esos artículos, antes de que salieran publicados en el periódico, me los había leído y comentado. Como he dicho, a partir de la primavera del año 2000 –al no poder escribirlos él por su enfermedad –{7} me dictó los artículos, primero en su máquina de escribir, luego –cuando ya no quedaba tinta y no se podía encontrar– en un ordenador portátil que proporcionó Alejandro Abad Muñoz. Excepcionalmente no le pude trascribir tres artículos: por causa de una gripe mía, dos le fueron dictados a Alejandro Abad, y uno a Ana María Preckler Arias» (nota 1, págs. 12-13).
4. «(...) La generosa bondad de Harold Raley hizo tomarse el trabajo de traducir, por propia iniciativa y sin ninguna remuneración, mi libro La belleza de Cristo. Una comprensión filosófica del Evangelio (...)» (nota 2, p. 14).
5. «(...) me dictó Marías en otra ocasión (...)» (p. 15)
6. «(...) según me dictó Marías en otro artículo (...)» (p. 15)
7. «(...) Quise comenzar ese libro de Julián Marías –El curso del tiempo– con sus artículos sobre España. En 1997 me encomendó la tarea de preparar y ordenar una cantidad tan considerable de artículos suyos que, en el acto de presentación del libro resultante –dos volúmenes titulados El curso del tiempo–, dijo con generosas y agradecidas palabras que mi trabajo había consistido en «hacer cosmos de un caos», frase que también escribió en la dedicatoria del ejemplar que firmó para mí (en el prólogo de El curso del tiempo escribe: «En la preparación y ordenación de este libro ha sido inapreciable la ayuda de mi amigo Enrique González Fernández, a quien quiero expresar mi profundo agradecimiento». Y en el prólogo a mi libro La belleza de Cristo dijo que yo era desde hacía bastantes años uno de sus mejores amigos» (nota 6, p. 19)
8. «(...) Falta un quinto: La libertad en juego, de 1986. En el acto de presentación, celebrado en el Hotel Ritz de Madrid, asistió, con su mujer, Adolfo Suárez, siempre agradecido a Julián Marías, al que durante el almuerzo abrazaba cariñosamente y hasta besaba (testigos de ese cariño agradecido de Suárez fuimos los que nos encontrábamos en ese acto: muchos amigos de Julián Marías, el más meritorio de los cuales me parece Antonio Hernández-Sonseca, que se desplazaba tantas veces en autobús desde Toledo para homenajear a Marías). Es un libro de 772 páginas, la mejor enciclopedia sobre la transición española, que debería ser muy leída y consultada. Recuerdo que, a los pocos años de su publicación, una mañana en que estábamos los dos conversando en el salón de su casa, llegó el correo, que llevaban desde el buzón Angelines o Elsa. Una carta que le leí, procedente de la editorial, le comunicaba que el libro iba a ser descatalogado y todos los ejemplares destruidos. Imagínese la pena que sintió Marías, el cual propuso realizar una labor publicitaria –sin resultado– para que el libro se conociera más y se vendiera» (nota 15, págs. 28-29).
9. «(...) Marías me dio el original de esta obra (La Corona y la comunidad hispánica de naciones) que cité profusamente –según sus folios mecanografiados– en mi tesis doctoral. Dijo y escribió que de esa obra yo era «su primer lector y comentador». Cuando después fue publicada, en cuanto recibió los primeros ejemplares me escribió esta carta a Toledo: «Madrid, 30 de octubre de 1992. Querido Enrique: Acabo de recibir el libro de La Corona y la comunidad hispánica de naciones. Como el domingo me voy a Nueva York, para volver el 8, he hablado con tu madre, que me dice que no vendrás a Madrid esta semana. Va a mandar a uno de tus hermanos a recoger el libro, para que lo tengas cuando vengas. Un abrazo, Julián». Tenía él mucha ilusión por ese libro, y pensaba en la posibilidad de que lo conocieran los Presidentes de las Repúblicas hispanoamericanas, y que lo tuvieran en cuenta las Cumbres Iberoamericanas» (nota 16, p. 46).
10. «Sobre este particular puede verse el primer capítulo de mi libro El Renacimiento del Humanismo. Filosofía frente a barbarie. BAC, Madrid 2003» (nota 1, p. 50)
11. «(...) que incluí al principio –porque el propio Julián Marías me lo pidió así– de la obra El curso del tiempo (...)» (nota 3, p. 74).
12. «En mi libro El Renacimiento del Humanismo. Filosofía frente a barbarie pueden leerse los brutales textos de Lutero contra los campesinos alemanes (...)» (nota 1, p. 96).
13. «(..) Sobre el comportamiento ejemplar de Jovellanos pueden verse algunos curiosos detalles en mi libro El Renacimiento del Humanismo. Filosofía frente a la barbarie (...)» (nota 13, p. 126).
14. «Puede verse mi libro ¿Quién era Alfonso XIII? (...)» (nota 19, p. 138).
15. «Véase el capítulo titulado «El nacimiento del Rey» de mi libro ¿Quién era Alfonso XIII?» (nota 21, p. 139)
16. «Sobre este viaje –y los posteriores de los Infantes Isabel y Fernando– también me he ocupado en mi libro Quién era Alfonso XIII? (...)» (nota 23, p. 140).
17. «(...) De esto me he ocupado en mi libro Quién era Alfonso XIII? (...)» (nota 24, p. 141)
18. «A este respecto pueden consultarse mis artículos «Nacionalismo y Cristianismo», Cuenta y Razón 128 (2003), 79-85, y «Nacionalismo y clericalismo», Cuenta y Razón 136 (2004-2005), 55-69» (nota 27, p. 142).
19. «Me he ocupado en Filosofía política de la Corona en Indias. La Monarquía Española y América (...)» (nota 16, p. 150).
20. «(...) Él quiso titular este libro Concordia sin acuerdo. La editorial propuso subtitularlo Tratado sobre la convivencia. Al final se impuso otra cosa. Aún así, pienso que es uno de sus libros más importantes. Como otras tantas veces, me pidió hacer la recopilación de los artículos correspondientes, así como su división por partes. Cuando tuve el trabajo hecho se lo llevé a su casa: me hizo pasar al comedor porque su amplia mesa podíamos extender los artículos ordenados por temas. Me dijo entonces sonriendo: «Ortega decía que las mesas de comedor resultan ser muy útiles». Siempre que podía –hasta en estas cuestiones menores– aprovechaba para citar a su admirado Ortega. Nos sentamos a un lado de la mesa (donde tantas veces me invitó a desayunar, almorzar, sobre todo a cenar) y me iba preguntando posibles títulos para las distintas partes del libro. La «Introducción» es un artículo suyo publicado en Cuenta y Razón. Los demás son artículos publicados en el diario ABC» (nota 26, págs. 155-156).
21. «Puede verse mi estudio «¿Latinoamérica?» en el libro colectivo Un siglo de España. Homenaje a Julián Marias. Alianza Editorial. Madrid 2002, págs. 153-160» (nota 10, p. 166).
22. «(...) Remito a mi libro Quién era Alfonso XIII, particularmente al capítulo «El sueño americano de Alfonso XIII»» (nota 3, p. 168).
23. «Se trata del tercer discurso que el Rey le pidió preparar a Julián Marías, al cual le pregunté una vez si él no era el autor de algunos discursos de Don Juan Carlos porque así me parecía a mí. Marías me contestó que sí, con cierto apuro y asombro por mi descubrimiento (nunca se lo había revelado a nadie), y me dijo cuáles eran: éste, el de Aquisgrán; el de la Universidad de San Marcos de Lima; y el del aeropuerto de Madrid al recibir al Papa Juan Pablo II. Le pregunté si al menos me autorizaba mencionar en mi tesis doctoral, de 1992, que él había redactado éste último, dada la afinidad con el tema de mi trabajo; me contestó que no, que solo lo hiciera después de su muerte, cosa que ahora cumplo» (nota 4, p. 186).
24. «Recuerdo la enorme ilusión reflejada en el rostro de Julián Marías cuando me mostró el original de su obra Cervantes clave española, recién terminada, antes de enviarla a la editorial. Sin decirlo, con el libro Cervantes clave española, cumplía el deseo que había formulado Ortega en Meditaciones del Quijote (...)» (nota 5, p. 196).
25. «(...) Un ejemplar (de Ser español. Ideas y creencias en el mundo hispánico) de esta nueva edición –ampliada con unos ensayos suyos que me pidió agregar, y cuyas pruebas de imprenta tuve el honor de corregir– me lo dedicó escribiendo: «A Enrique González, de quien España puede esperar mucho»» (nota 10, p. 200).

El libro consta de una introducción titulada «España inteligible» (páginas 11-35) y dieciocho capítulos, donde va siguiendo el orden expositivo de España inteligible: la Hispania romana, la España visigoda, la invasión musulmana, el proyecto de la Reconquista, el matrimonio de Isabel y Fernando, el descubrimiento y conquista de América, la leyenda negra, la decadencia de España, el ilustrado y pacífico siglo XVIII, la Guerra de Independencia y las revoluciones de los países americanos. Dedica los capítulos finales a la importancia de España, la intrínseca relación entre España y América (no se puede entender España sin América, ni América sin España{8}) y el papel que juega la monarquía en España (siempre tema de debate y controvertido, pero en este momento más que nunca{9}, en el pasado, en el presente y en el futuro{10}.

Marías utilizó toda una serie de términos tales como «injerto», «incorporación», «plaza mayor», «proyecto», «razón histórica» o «nación transeuropea», que adquieren especial significación para explicar lo que ha sido y es España. Cabría establecer paralelismos entre las ideas que utiliza Marías y las que ha utilizado el materialismo filosófico en general{11}, y Gustavo Bueno en particular en sus distintos y numerosos trabajos sobre España (en especial, España frente a Europa y España no es un mito{12}). Habría que estudiar la función que cumplen y cotejar pares de términos como puedan ser los siguientes: «razón histórica española/ortograma imperial católico»; «proyecto/ortograma», «Supernación transeuropea/Imperio generador». Y no con afán de comprobar cómo desarrollan el mismo papel, sino de ver el rol que desempeñan y la relación con otros términos. O ver cómo la distinción injertos/transplantes es lo que diferencia los reinos de las colonias, es decir, la pauta de un imperio generador o de un imperio depredador. O para decirlo más claro y con ejemplo expresivo: lo que separa a España de Inglaterra. Y la importancia que tienen conceptos como el de «incorporación» o «plaza mayor» en Marías, siempre muy interesantes y válidos, reinterpretables en otros casos desde coordenadas distintas. Digamos que, aunque no se coincida en los principia máxima con las tesis de Marías, en los principia media sí hay un amplio margen en puntos de acuerdo.

La leyenda negra será un tema que recorra todo el libro, más allá del capítulo concreto que le dedica («La leyenda negra y sus consecuencias»). Marías se encargaba siempre de destacar que la leyenda negra no es ya que fuese un cúmulo de mentiras, exageraciones y tergiversaciones sobre España. Ni que no se tuviese en cuenta la historia de los demás países, como si España fuese una anomalía digna de extirpar. Sino que lo crucial es que es una imagen negativa de España que no sólo afecta al pasado, sino también al presente y al futuro, incapacitando o mermando las potencialidades del país. Era plenamente consciente de la dialéctica de estados en la que se fraguó y consolidó (España era el principal enemigo). En ella tuvieron mucha importancia los viajeros extranjeros que escribieron sobre España, y entre ellos se iban retroalimentando y nutriéndose de tópicos{13}. Pero lo peor de todo es que han sido los propios españoles quienes se la han tragado enterita. Entresaquemos fragmentos del libro{14}:

«Una de sus raíces es la ignorancia; quiero decir, la ignorancia culpable. La actitud a que me refiero se da sobre todo en los «semicultos», que no saben lo que deberían saber, lo que fingen saber» (p. 18){15}.

Hacen falta tres condiciones para que se produzca la leyenda negra:

«Primera, que se trata de un país muy importante, que esté de tal modo presente en el horizonte de los demás, que haya que contar con él. Segunda, que exista una secreta admiración, envidiosa y no confesada, por ese país. Tercera, la existencia de una organización (pueden ser varias, que se combinan o se turnan). Si no se dan estas tres condiciones, la Leyenda Negra no prospera (...) Portugal, que había tenido una expansión ultramarina fulgurante, paralela a la de España, no dio ocasión a una leyenda análoga. ¿Por qué? Porque no estaba presente en Europa, sino en su propio territorio y en sus extensos dominios (...)» (p. 97).

Marías insiste en el peso negativo de la leyenda negra sobre los españoles:

«(...) Lo grave ha sido que los españoles han quedado afectados, de una manera o de otra, por esa interpretación de su realidad histórica y actual, y hasta por la previsión de su futuro» (págs. 98-99)

y habla de los contagiados y los indignados por la leyenda negra. Para él solamente

«(...) algunos españoles han escapado a estas dos actitudes, los que se han conservado libres frente a la Leyenda Negra, sin aceptarla ni hacerle el juego de la falta de crítica, casi siempre sobre un fondo de ignorancia, sin responder tampoco con la cerrazón y otra forma de intolerancia; los que, en suma, han permanecido abiertos a la verdad (...)» (p. 99).

Y concluye este capítulo aludiendo a las nefastas interpretaciones que se hacen de España por no entender la originalidad de España en la Historia, su ortograma imperial católico:

«(...) No hay una interpretación vigente de España que pueda sostenerse, por una radical deficiencia de nuestra historiografía hasta nuestro siglo, debido a la visión fragmentaria de la realidad española –quiero decir hispánica–, por el olvido de lo que España realmente ha sido durante la Edad Moderna, por la proyección de inadecuados esquemas intraeuropeos en la interpretación de nuestro país» (p. 102) (negrita nuestra).

De ese «realmente» deberían tomar muchos en consideración (por ejemplo, Roberto Augusto). Respecto a la importancia de los territorios americanos, dice que constituían:

«(...) verdaderos reinos que reproducían las estructuras de la Monarquía española, de la sociedad injertada sobre los pueblos aborígenes, en una hispanización asombrosamente semejante a la romanización de otros tiempos» (p. 116).

No se entiende la independencia hispanoamericana sin el reverdecimiento de la leyenda negra en el siglo XVIII. De nuevo, la leyenda negra, y de nuevo, en el contexto de la dialéctica de estados. El ataque a España vino entonces{16}, sobre todo, por parte de Francia: de los enciclopedistas e ilustrados franceses:

«(...) fundada en gran parte en la ignorancia –es increíble la que mostraron los más famosos, sin excluir al más responsable de todos, Montesquieu, extremada en Volataire, d´Alembert, Rousseau, Diderot, Raynal, para no hablar de los menores, como Masson de Morvilliers–, en gran parte voluntaria, fomentada por una extraña falta de curiosidad intelectual; también por ver en España una comunidad donde el Cristianismo tenía más vitalidad (...) la correspondencia entre Voltaire y d´Alembert lo muestra con absoluta evidencia (...) apenas saben nada de España; y lo más grave es que creen que saben, carecen de curiosidad y pontifican con tremenda irresponsabilidad sobre lo que desconocen. El caso más inquietante es el de Montesquieu (...) no sabía nada de prácticamente nada de España y sus Indias, y eso poco por medio de fuentes indirectas y dudosas (...) uno de los primeros casos de propaganda bien organizada (...)» (págs. 133-134).

En las líneas siguientes insiste en la campaña contra España fomentada por Francia e Inglaterra, cuyo objetivo era «la disminución de la Monarquía española y, de ser posible, en su desmembración» (p. 135). Y uno de los ataques que se realizarán en los siglos pasados contra España, y aún hoy, es por su condición de nación católica{17}. Desde una perspectiva materialista, no hay problema alguno en asumir la posición de un ateísmo católico, como se ha dicho tantas veces.

Tras la independencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas:

«(...) la economía española mejora sensiblemente (...) muestra que la interpretación «colonial» de los territorios ultramarinos españoles es enteramente inexacta» (págs. 140-141).

Lo pone en comparación con la situación europea, en concreto con lo sucedido a Francia en 1870:

«la guerra franco-prusiana había significado para Francia un quebranto incomparablemente mayor: la derrota militar, no en lejanas islas sino en el propio suelo, la ocupación de París por las tropas enemigas, la pérdida, no ya de islas lejanas, sino de dos provincias del territorio propio: Alsacia y Lorena, alemanas hasta 1918» (p. 141).

Y respecto a posibles acusaciones de «nacionalista español», Marías afirma:

«Nunca he sido, gracias a Dios, nacionalista; creo que las naciones son todavía hoy las sociedades «saturadas» y más plenas, pero que su hora ha pasado ya y se va hacia estructuras supranacionales, cada vez más urgentes» (p. 143).

Compárese con el colofón de El mito de la izquierda de Gustavo Bueno cuando dice:

«(...) esa hipotética séptima generación de la izquierda no podría en ningún caso constituirse en una sociedad política de escala local, regional o estatal. Necesariamente, su plataforma habría de ser continental y supranacional (...) Nadie sabe lo que va a ocurrir en el próximo milenio, y por eso lo más peligroso es la existencia de individuos, grupos, iglesias y partidos políticos, de izquierdas o de derecha, que creen estar en posesión de la «ciencia media» sobre el porvenir» (págs. 297-298).

En ambos casos se habla de estructuras supranacionales. En el caso de que sea Europa, está destinada al fracaso{18}. Y si se va, o con intención de ir, a una estructura supranacional en el mundo hispánico (la plataforma hispánica), hay que tener mucho cuidado con las interpretaciones de ciertos iluminados, compuestas a partes iguales de idealismo y falta de libertades muy concretas (ejemplo: «cierro este medio de comunicación porque atenta a la revolución bolivariana»).

En cuanto a las relaciones de España con América (con Hispanoamérica), y según nos dice Enrique González, se vive en estado de error respecto al Mundo Hispánico: «nuestros problemas son, antes que otra cosa, de carácter intelectual». Y eso es de lo que se ocupó Marías y nosotros estamos intentando mostrar en este artículo. Son los problemas que tienen que ver con qué es España. Ideas ontológicas de primer orden como las de esencia, identidad o unidad están presentes a la hora de entender a España{19}.

El presentar a España y a los españoles como destructores y no como creadores («el máximo constructor, después de Roma») ha prendido y mucho en Hispanoamérica. Es una de las consecuencias de la leyenda negra:

«(...) Y lo decisivo es que esa distorsión afecta a los propios países que son objeto de ella, hasta el punto de que la dimensión de error respecto de ellos mismos es, sin duda, el obstáculo mayor que han encontrado para su proyección histórica, su estabilidad y su prosperidad desde la independencia (...) Eso que suelo llamar estado de error ha sido la situación «normal» en todo el mundo hispánico durante bastante más de siglo y medio (...) convirtió la independencia, acaso prematura pero perfectamente normal y a la larga necesaria, en una extraña «enajenación» que empobreció indeciblemente a las partes y las hizo vulnerables a todo tipo de agresiones» (págs. 147-149).

Marías recuerda las palabras de Ortega en su estudio Hegel y América donde éste defiende el ortograma católico frente al protestante (Inglaterra, Holanda), ya que los países

«católicos como España y Portugal, que leían menos el Antiguo Testamento, han tratado a indios y negros de muy diverso modo: ni los han exterminado, como primero los ingleses, ni los han despreciado y distanciado humanamente, sino que se han unido a ellos y han creado razas mixtas» (p. 150).

El estado de error ha hecho brotar en América (nos dice González) «no ya la voluntad de independencia, sino la hostilidad a España y todo lo español» (p. 151). El ejemplo ya puesto de YPF es suficientemente ilustrativo. Y él apuesta como solución (una solución intelectual) por conseguir una «visión coherente, veraz, inteligible» (p. 151).

Incidiendo en la diferente actuación de unos y otros imperios, defiende una cosa bastante evidente, para quien haya tenido un mínimo de trato con estos asuntos, a saber: que los territorios de España por el mundo no eran colonias ni se las trataba como tal. Así, cuando

«se habla de colonias, cuando se habla de «época colonial» o «período colonial», se emplean expresiones sumamente inexactas y contundentes. Yo creo que esas denominaciones han nacido del rencor de los que no han sido capaces de hacer algo semejante, de los que no han sabido engendrar pueblos, solo colonizar, y desean oscuramente homogeneizarlo y confundirlo todo» (p. 155).

Esta ignorancia culpable o tergiversación malintencionada es frecuentísima. Al igual que ha ocurrido con el éxito y la implantación de la expresión «Latinoamérica» en vez de «Iberoamérica» o «Hispanoamérica». Es un invento de los franceses, para incluirse ellos en América e infravalorar (o a lo sumo, ecualizar) a España. Nos dice González (siguiendo a Marías) que «la expresión Latinoamérica (o América Latina, Amérique Latine) fue inventada en Francia hace algo más de un siglo, para justificar la intervención en México apoyada por Napoleón III: el ejército del mariscal Bazaine invadió ese país con el fin de afirmar al Emperador Maximiliano. Michel Chevalier, que colabora activamente en la política de Napoleón III, lanzó en 1861 la expresión América Latina, para preparar la justificación de que Francia interviniese decisivamente en un país de América Hispánica (...) La intervención militar francesa fue un fracaso, que terminó con el fusilamiento de Maximiliano en 1867. Los mejicanos, con Juárez a la cabeza, rechazaron la intervención, pero la expresión Amérique Latine siguió su curso» (págs. 159-160). Y citando directamente a Marías:

«(...) el nombre usual, incluso mucho tiempo después de la independencia, era «América Española». Lo usa normalmente Rubén Darío, ya dentro de nuestro siglo. Por supuesto, es la expresión usada en 1853 por la Revista Española de Ambos Mundos (...) Ese nombre (América Latina) se usó por primera vez en 1861, en la Revue des Races Latines (...) es un nombre «colonialista» por excelencia (...) un término falso porque lo «latino» como tal no tiene que ver con América, porque nadie incluye en él a Quebec (...)» (págs. 159-161).

En cuanto a la preferencia de «Iberoamérica» o «Hispanoamérica», para Marías son

«(...) enteramente equivalentes, ya que España e Iberia significan lo mismo, ambos incluyen a Portugal, y por consiguiente sus compuestos americanos comprenden igualmente el Brasil (...) «Iberoamérica» no quiere decir otra cosa distinta de «Hispanoamérica», ya que «Iberia» e «Hispania» viene a ser lo mismo (...)» (págs. 163-164).

Los españoles evangelizaron y civilizaron, y lo hicieron más rápido y mejor que los demás:

«(...) ¿Podrían compararse Nueva York, Boston, Philadelphia o Baltimore con México, Lima o La Habana? Las Universidades de México y Lima precedieron ochenta y cinco años a Harvard y en ciento cincuenta a Yale. La imprenta fue muy anterior en la América hispana, y la comparación se hace aún más ventajosa si se piensa en la arquitectura o la pintura (...)» (p. 185).

Pero además insiste en la condición europea de España, no ya sólo en sentido histórico:

«(...) Se ha dicho que los demás países europeos son europeos porque simplemente lo son, y no pueden ser otra cosa, pero que España, invadida a comienzos del siglo VIII por los musulmanes, es europea porque, contra toda aparente razón, quiso serlo y no perdió su condición latina y cristiana como otros pueblos que también la poseían (...)» (p. 189).

sino en el de la política del presente, el que vendría representado por la Unión Europea:

«(...) Dos de los más grandes espíritus de la España actual, José Ortega y Gasset y Salvador de Madariaga –que también fue galardonado con el Premio Carlomagno–, han sido defensores inteligentes y entusiastas de la unión europea. Ese gran libro que se llama La rebelión de las masas proponía, en 1930, como única solución de los problemas europeos, la unión de Europa, la supernación que había que inventar, los Estados Unidos de Europa. Y este impulso no se ha extinguido nunca en mi patria (...) Al ser fiel a su condición hispánica (...), España no disminuye su europeidad, sino que la afirma y realiza creadoramente» (págs. 190-191).

Ya hemos hablado en la nota 18 de «los Estados Unidos de Europa». Es un error. La actual crisis así lo corrobora (si bien no podemos negar, obviamente, la importancia de la quiebra de un país para el resto de naciones. Pero quizá debiera servir para desarmar la idea y no reafirmarla). Y lo mismo hace ocho décadas. La rebelión de las masas sale un año después del crash del 29 y apenas un par de años antes de la llegada de Hitler al poder. Ortega, ante la dificultad, veía en la unión de los países europeos la solución. Sabemos cómo se desarrolló esa década. En la que estamos inmersos ya se verá ...

Nos cuenta González cómo debido a su gran pericia averigua (o confirma) que Julián Marías escribió para el rey Juan Carlos algunos discursos (véase el fragmento 23 de arriba). En concreto, tres: el de Aquisgrán (aparece un resumen en 186-191), el de la Universidad de San Marcos de Lima (al que se refiere en dos ocasiones, páginas 156 y 179, la segunda con el texto entero) y el del aeropuerto de Madrid como bienvenida al Papa Juan Pablo II.

En cuanto a la cuestión de España en la actualidad en lo referente a la idea de España como nación política, las «nacionalidades históricas» y el asunto de las autonomías, González escribe:

«Tanta conmoción produjeron esos escritos que casi todos los periódicos y algunas revistas los comentaron con viveza; una caricatura presentaba la fachada del Congreso de los Diputados, y uno de los leones tenía la cara de Julián Marías, al cual le inquietaba sobre todo la desaparición del nombre «nación» aplicado a España, que no se utilizaba ni una sola vez en el anteproyecto (...) Al final se le hizo caso y la Constitución, ya desde su preámbulo, se refiere a la «Nación española».
Pero no se le hizo caso en otra cuestión: al ser rechazada su propuesta de suprimir el término «nacionalidades» como «nombre de algunas regiones españolas, ya que «nacionalidad» no significa una sociedad o territorio, sino una propiedad, afección o condición. Con esa palabra impropia se trataba de deslizar la de «nación», como se ha visto después hasta la saciedad» (...) no hay que intentar contentar a los que no se van a contentar (...){20}» (p. 22). (La negrita corresponde a una cita de Marías, en concreto, al tomo tercero de sus Memorias){21}.

Dejando de lado la definición orteguiana de nación como «proyecto sugestivo de vida común», que no se sabe muy bien lo que quiere decir, en las páginas finales del libro, incide en el tema de los nacionalismos secesionistas, a propósito del falseamiento de la historia, y en este caso, además, del odio a España. Pero antes, siguiendo los consejos o lecciones de Ortega cuando en sus años de estudiante decía a los alumnos «Dediquen todos los días unos minutos a pensar. Ya verán qué bíceps se les ponen», y de modo un tanto sublime (a la que se ha realizado tantas veces la crítica materialista: ¿acaso no piensa el abogado, el médico o el mecánico? ¿no se tratará más bien de otro tipo de pensamiento? ¿de la materia del pensamiento?), comenta:

«(...) Casi lo único que sé hacer es pensar; por lo menos, esa es mi vocación. He encontrado que se ha trabajado mucho sobre la realidad de España y su historia, que se sabe bastante bien lo que en ella hay, lo que en ella ha sucedido, pero se ha pensado insuficientemente sobre ella{22} (...) hay mucha distancia entre la imagen vigente de España, la que circula en libros, artículos, discursos y conversaciones, y su realidad tal como la veo y he tratado de justificar. Creo que el problema de España ha consistido y consiste en falta de claridad sobre sí misma (...) España inteligible, que parece y es un libro de historia, principalmente es una preparación para seguir viviendo en la instalación social e histórica que es nuestro destino, español e hispánico (...) lo que se está destruyendo no es España, sino su imagen (...) la imagen de España la que está quebrantada y en peligro (...)» (págs. 196-198).

¿Cuál es el problema de España? ¿Por qué no se entiende lo que es España?:

«(...) Ante todo, por ignorancia. La mayoría de los españoles desconocen su historia; no tienen una idea aproximada de cómo se ha constituido su nación, cuáles han sido sus etapas y vicisitudes (...) La enseñanza de la historia ha sido desde hace muchos años deficiente (...) lo peor no es la ignorancia, sino la desfiguración, la manipulación, la falsificación más deliberada. Con pretextos políticos, sobre todo con pretexto de los nacionalismos eruptivos, se está procediendo a una colosal suplantación de la realidad. Se inventa lo que nunca ha existido; se fragmenta arbitrariamente la realidad del conjunto (...) (Los intentos) actuales de negar todo esto, de sustituirlo por una serie de ficciones recién inventadas, son simplemente ridículos y lo incomprensible es que no sean tomados como tales (...) (El día que) se produzca –si se produce– una rebelión general contra la mentira, pensaré que estamos salvados. Me parece que es el problema capital con que nos encontramos» (págs. 199-201).

Está aludiendo aquí muy claramente a la leyenda negra y a los particularismos que buscan separarse de España inventándose un pasado mítico (una historia-ficción). Y ya en las últimas páginas del libro, y enlazando con el segundo libro que aquí reseñamos, refiriéndose a la figura de la monarquía:

«(...) Al reflexionar sobre la Monarquía y su significación en España, creo que ha sido algo decisivo, la única superación posible de la guerra civil y de la discordia (...)» (p. 201).

Hasta aquí el comentario sobre este libro de Enrique González, Pensar España con Julián Marías, al que deseamos el mayor éxito posible. Nos hemos inclinado por analizar el libro concreto, y lo que en él se dice, sin fijarnos en obras colectivas sobre Marías, en vida de éste y tras su muerte (hay bastantes), e incluso en el libro de María Rosario Castro, La visión de España de Julián Marías, escrito en 1985, año de publicación de España inteligible. Para otra ocasión, quizá.

La guerra civil, ¿cómo pudo ocurrir?

Es un libro de 84 páginas que recupera un texto de Marías de 1980 escrito para la obra colectiva coordinada por Hugh Thomas titulada La guerra civil española. Cinco años después incluye don Julián un resumen en el capítulo XXVII («España como desorientación creadora entre dos naufragios») de España inteligible. Se reedita ahora como libro autónomo, con un prólogo de Juan Pablo Fusi y un epílogo del editor Javier Jiménez. El texto de Marías ocupa 49 páginas. El libro entero está ilustrado con fotos y carteles de la contienda.

Julián Marías como persona liberal en sentido amplio{23} y no sectaria, veía la guerra civil como una trágica consecuencia de los años de la república. Él, que era republicano, vio desde un primer momento los errores de la república. Como veremos, y aún no estando ni con unos ni con otros, era imposible mantener la imparcialidad absoluta{24}, por lo que colaboró con escritos a favor del bando republicano{25}. Pero eso no quiere decir que asumiera fanáticamente esa defensa, entre otras cosas, porque bastante tenía ese bando con sus cuitas internas (digamos la confrontación –a muerte– entre las distintas izquierdas). Su posición era afín a la de su amigo Besteiro, a quien ayudó. Una posición moderada: no el PSOE de Largo Caballero sino el de su tocayo. Y una de las cosas que choca a muchos, y que pone ya de manifiesto la ruptura de las categorías maniqueas a la hora de analizar el conflicto es el hecho de que Marías estaba a favor de la república (sobre todo, en contra de los nacionales, por considerar que habían sido ellos los que empezaron la guerra –aunque veremos que es muy matizable por el propio Marías–), sintiéndose español y siendo católico. Si bien es cierto que los sublevados tenían muy claro su defensa de la nación española y de la fe católica (factores muy importantes para su victoria –si bien no exclusivos, ya que también algunas izquierdas tenían un fuerte sentido nacional–), frente a quienes querían implantar un régimen comunista en España estilo soviético (PSOE, PC), no lo es menos que el asunto no es tan fácil y tiene muchas aristas.

En la última página del libro se nos dice que «Esta primera edición de La guerra civil ¿cómo pudo ocurrir?, de Julián Marías, se terminó de imprimir el 14 de abril de 2012, en el octogésimo primer aniversario de la proclamación de la II República». No parece una simple coincidencia. Sería mucha casualidad. En cualquier caso da igual. El lector interesado puede acudir al primer tomo de Memorias (o al único tomo de la reedición de 2008 en Páginas de Espuma) de Marías, donde éste cuenta cómo vivió esos momentos.

En el epílogo de cuatro páginas, el editor Javier Jiménez nos cuenta que es responsable de las reediciones de Marías en los últimos años:

«Metido ya a editor tuve ocasión de recuperar sus memorias, Una vida presente, de cuya edición en un solo volumen fui el responsable, a primeros de 2007{26} (...) Un año después llegó el turno a El vuelo del Alción: el pensamiento de Julián Marías (...) abordé con entusiasmo la recuperación de uno de sus libros más olvidados. Me llamaba la atención que un autor tan cuidadoso con su obra, que tanto había publicado todo lo que había escrito, con cientos de reediciones en su haber y cientos de miles de ejemplares vendidos, tuviese aún una obra olvidada durante más de setenta años. Me refiero al diario que escribió, con diecinueve años recién cumplidos, con ocasión de su participación en el Crucero Universitario en el verano de 1933. Mano a mano con Daniel Marías, su nieto mayor, trabajamos en la edición crítica de este diario, o al menos lo que se conserva de él, ya que, a pesar de nuestras pesquisas en el archivo personal del autor, no logramos rastro alguno del manuscrito original (...) afianzada mi amistad con Daniel Marías, y decididos a seguir investigando y trabajando por la recuperación de la obra de Julián Marías, hace un par de años abordamos la edición del libro que tiene usted en sus manos (...) En la elaboración del libro, Daniel Marías y yo valoramos el interés que tenía incluir una serie de fotografías de la época, para lo cual dedicamos varias jornadas a investigar los fondos del Archivo Rojo y de la Guerra Civil disponibles en el Archivo General de la Administración (...)» (págs. 81-84).

Tanto Notas de un viaje a Oriente como La guerra civil ¿cómo pudo ocurrir? tienen el valor de publicarse por primera vez de modo independiente como libro, y de hacerlo así accesible a un mayor número de gente. Agradecemos al señor Jiménez su labor. ¿Será él quien se lance a la edición definitiva de las Obras Completas de Marías? Desde aquí le animamos a ello.

Juan Pablo Fusi (historiador de sobra conocido{27}), escribe el prólogo titulado «Julián Marías y la guerra civil española» donde hace un resumen de su visión de la guerra civil. Pero también elogia a Marías, al principio:

«(...) por la claridad de su pensamiento –plasmado en una prosa transparente, clara, inteligente, admirablemente serena y lúcida–; por su decencia biográfica y su honestidad intelectual; por su concepción de la filosofía como visión responsable, cuya valoración, por razones obvias, no me compete hacer a mí (véanse, entre otros posibles, los libros de Helio Carpintero, Julián Marías. Una vida en la verdad, y Juan Padilla, Ortega y Gasset en continuidad. Sobre la Escuela de Madrid) (...) Julián Marías (1914-2005) es una presencia viva, valiosa, admirable, plena, de la filosofía española, y una personalidad fundamental en la evolución de la historia del largo siglo XX español.
A los historiadores, Marías interesa ante todo por eso que acaba de quedar indirectamente dicho: por la importancia que en su obra tuvo la reflexión sobre España, con un punto de partida decididamente intenso si no dramático –España como preocupación, por usar el título del libro que en 1944 publicó Dolores Franco, trabajando «fieramente» al lado de Marías, como escribió el mismo{28} –, y con una ambición legítima y necesaria: hacer España inteligible. En libros como Miguel de Unamuno (1942), El método histórico de las generaciones (1949), Ortega: Circunstancia y vocación (1960), Los españoles (1962), La España posible en tiempos de Carlos III (1963), Ortega. Las trayectorias (1983), España inteligible. Razón histórica de las Españas (1985), Cervantes clave española (1990), España ante la historia y ante sí misma 1898-1936 (1996) o La España real (1998), y en artículos de contenido igualmente histórico dispersos en otros de sus libros, Marías propuso claves, ideas y perspectivas sin duda necesarias –cuando menos atractivas y desde luego siempre interesantes– para dar por decirlo en sus propias palabras, razón de España.
Marías, en efecto, se interrogó continuamente sobre lo que España fue, sobre las posibilidades que España tuvo en la historia, sobre la verdad de España, sobre la España real (...) la guerra fue para Marías «el máximo error» de la historia española, «el gran suceso dramático de la historia de España». Marías vivió la guerra al lado de la República –siempre consideró que los agresores habían sido los sublevados–, pero de manera crítica: ni desconoció, ni pudo aceptar, lo que sucedía en la zona republicana –asesinatos, detenciones, «checas», depuraciones, incautaciones, delaciones, desorden militar, etcétera–, incluso aunque sabía, y jamás se engañó sobre ello, que en la zona «nacional» se producían hechos equivalentes, sino más trágicos (...)» (págs. 7-9).

Y al final:

«Marías no pretendió hacer con sus ensayos una interpretación histórica plena y definitiva de la guerra (...) Marías enfocó su reflexión sobre la guerra como un estudio de una situación mental colectiva (...) Marías incorporó unas pocas páginas de La guerra civil ¿cómo pudo ocurrir? en su libro España inteligible. Razón histórica de las Españas (1985), su más ambicioso libro de tema plenamente histórico. Hizo bien. Simplificando mucho, la España de Marías era, de una parte, una España de plenitudes: Cervantes, Feijóo, Jovellanos, Azorín, Unamuno, a todos los cuales dedicó libros, o ensayos, siempre inteligentes y admirables–, y por supuesto, Ortega y Gasset, cuya filosofía, como se sabe, Marías sistematizó, investigó y profundizó. Pero era también una España de naufragios: el 98 y, sobre todo, la guerra civil. A Marías le interesó sobremanera la España intelectual de 1898 a 1936, los años, según sostendría, en que España tomó posesión de sí misma (...) A Julián Marías debemos –ciertamente no sólo a él, pero a él muy principalmente– la reabsorción del pensamiento y las ideas españolas de aquella etapa, una etapa irrepetible y rigurosamente fundacional de nuestro tiempo: no podemos entendernos sin leer, pensar, enfrentarnos con y discrepar de Unamuno, Azorín, Baroja, Menéndez Pidal, Machado, Marañón, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset (y aquí hay que decir, obligadamente, y un largo etcétera). Debemos a Marías más que a nadie la continuidad –-pese a la guerra civil y pese al franquismo– de la vida intelectual española del siglo XX (...) Marías sabía, puesto que la había padecido durante cuarenta años, que la versión oficial de la guerra del régimen de Franco había sido una falsificación permanente de la verdad{29} (...) En 1980 temía que se volviese a contar la historia desde una nueva beligerancia, desde nuevas mentiras, no como algo que ya era pasado y cuyas múltiples y dolorosas situaciones era preciso asumir y entender{30} (...)» (págs. 25-28).

Sobre la guerra civil, entresaquemos unas líneas:

«(...) La guerra estalló, como se sabe, cuando el 18 de julio de 1936 parte del Ejército español se sublevó contra la II República (1931-1936). Los militares, a cuyo frente apareció desde el 1 de octubre de 1936 el general Franco, se sublevaron porque aducían que la República era un régimen sin legitimidad política y contrario a la esencia católica de España; porque entendían que la concesión de autonomía a las regiones era una amenaza a la unidad nacional; y porque pensaban que las huelgas y los desórdenes que se extendieron por todo el país en la primavera de 1936 revelaban la falta de autoridad de la democracia. En una España, la España de 1936, en la que contrariamente a la tesis de los sublevados, no había amenaza comunista, aunque hubiera muy graves problemas políticos, sociales y de orden público, la sublevación militar desencadenó en la zona republicana, como reacción, un verdadero proceso revolucionario de la clase trabajadora (colectivizaciones agrarias, control sindical) bajo la dirección de los partidos obreros y de los sindicatos (...) Los militares sublevados creyeron que el golpe de Estado triunfaría de modo inmediato. (...) La guerra española se internacionalizó desde el primer momento (...) Quinientas mil personas, Azaña entre ellas, habían salido para el exilio tras la caída de Cataluña: sólo Negrín y sus asesores comunistas creían posible la resistencia (...) Franco no quiso negociación alguna. Exigió la rendición incondicional: sus tropas entraron en Madrid el 28 de marzo de 1939. Había ganado la guerra. Murieron en ella unas trescientas mil personas (en torno a ciento setenta y cinco mil en el frente; unas setenta mil en la represión en la zona «nacional»; otras treinta mil en la represión en la zona republicana) (...) Franco ejecutó a otras cincuenta mil personas en la inmediata posguerra{31}» (págs. 12-19).

Y sobre la visión de España de la guerra, Fusi comenta:

«(...) Como todas las guerras civiles, la guerra española tuvo profundas connotaciones ideológicas y políticas (...) entender «el terrible suceso» fue justamente lo que inquietó a Marías siempre, y para lo que «con gran esfuerzo de veracidad» (la misma veracidad que definió todo su pensamiento y su vida) escribió, ya en la primavera de 1980, ensayos como «Cara y cruz de la guerra civil (1936-1939)», y, sobre todo, «¿Cómo pudo ocurrir?». Entender plenamente la guerra se le antojaba, desde su doble perspectiva filosófica y biográfica, la única manera de que la guerra civil quedas absolutamente superada{32} (...) Marías articulaba su visión a partir de una afirmación inequívoca: que la guerra no fue ni inevitable ni necesaria (...) los justamente vencidos; los injustamente vencedores, que quería decir que probablemente la República había merecido, por muchas razones, la derrota, pero que, y también por múltiples circunstancias –por la misma significación última de su causa–, los nacionales, Franco, no habían sido merecedores de la victoria (...) En la visión de Marías, lo que se había producido en España entre 1931 y 1936 (...) fue un proceso de escisión del cuerpo social, una ruptura de España como nación. Síntomas premonitorios, sin duda negativos, aparecieron, para Marías, desde el momento mismo de proclamación de la República: la quema de iglesias de mayo de 1931, el pronto hostigamiento a la República desde la derecha, la exaltación del obrerismo desde la izquierda, el anticlericalismo, la negatividad sistemática practicada por la oposición antirrepublicana, el fallido y torpe intento de golpe del general José Sanjurjo en agosto de 1932 (...) los pasos decisivos hacia la guerra fueron para Marías, primero, el dese