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Julián Marías y la historia

HE leído siempre con el mayor interés cuanto Julián Marías ha escrito sobre historia. Sin ser historiador, y tal vez por no serlo, consigue en sus conferencias y en sus escritos, cuando trata del pasado, dar ideas claras y explicaciones sencillas de aconteceres complejos. No incurre en la insistencia erudita en la que podemos caer los historiadores, ni en excesos de información que tantas veces, por no saber seleccionar, impiden entender y explicar lo que se estudia. Julián Marías sabe, como filósofo que es, distinguir en el conjunto de la información disponible cuál es la que de verdad sirve para, por medio de la lógica, entender lo que no está claro y rebatir tesis erróneas. Así, su España inteligible es un gran libro de historia, sin casi aparato crítico, pero esclarecedor de aspectos oscuros y controvertidos.

Julián Marías es consciente de que tenemos exceso de información sobre el pasado, en cuanto que se acumulan datos desproporcionadamente en relación con las posibilidades de integrarlos de modo que permitan conocimiento nuevo o esclarecer lo que sabemos de forma confusa. También hizo ver Marías lo peligroso de investigar el pasado parcialmente, en el sentido de llegar a tener una noticia cierta, a comprobar un hecho incontrovertible. A él le alarman estas posibilidades cuando lo que se añade es un elemento, equiparable tal vez a otros, pero sin que haya prueba de ello. Lo que es sólo un caso, se puede presentar como lo que en estadística se denomina muestra representativa. A partir del hecho aislado, se puede pretender la comprensión de toda una complejísima realidad y llegar a conclusiones aberrantes. Pensar que se conoce una realidad determinada, cuando sólo se tiene información de una parte insignificante de ella, ha conducido siempre a versiones deformantes. El dato cierto, documentado, cuando se aísla del conjunto del que forma parte, al utilizarlo como muestra representativa de ese todo, lleva a la falsedad e incluso puede impedir que se trate de hacer un análisis científico que conduzca a conocimiento cierto.

Julián Marías ha leído y lee muchos libros de historia y sabe que hay autores especializados en aducir el hecho insignificante, aunque debidamente comprobado, como si fuera muestra significativa, autorizado con la cita prolija esclarecedora de cosas intrascendentes. Con el hecho aislado, al presentarlo como si esclareciera la realidad que se investiga, se ha querido a veces informar sobre una sociedad determinada en un momento dado, o toda una época. Situaciones o hechos reales, pero sin las convenientes comprobaciones, pueden conducir a presentar la historia de un país determinado como excepción en el conjunto del que forma parte. Así ha ocurrido con la historia de España, tan frecuentemente vista como diferente de la de los demás países de Europa, no por peculiaridades que la distinguieran para bien, sino por lacras responsables del atraso económico y social de la época contemporánea.

Desde la pérdida de la América continental, consecuencia de la guerra y del proceso revolucionario desencadenado con motivo de la invasión napoleónica, comenzó a surgir una corriente de opinión pesimista sobre las realidades del presente. Fue usual hacer responsable a la historia de los males sentidos y sufridos por las distintas generaciones que se sucedieron en España desde comienzos del siglo XVIII. Los hombres de letras de siglo XVIII, para exaltar los éxitos de los Monarcas, desde Felipe V, trataron de denigrar la acción de los Reyes Felipe III, Felipe IV y Carlos II. Para algunos de ellos, en la España del siglo XVII, se habrían cometido los mayores despropósitos, responsables de la decadencia económica, del malestar social y de la pérdida de la hegemonía política.

Sin vincular las versiones negativas sobre el pasado español a la complejísima formación y desarrollo de la llamada leyenda negra, es de notar el gran éxito que tienen los análisis que, desde finales del siglo XIX, han venido haciéndose de la historia de España. Julián Marías, en su nunca bastante leído libro España inteligible, presentó los cinco grandes tópicos que circulan sobre el pasado español: el islam -los moros en la designación popular- todavía vigente, la inquisición, la destrucción de las Indias, la decadencia y el mosaico.

En cuanto a las influencias del islam, ha sido constante que se quiera encontrar en ellas la explicación de todo. La civilidad y los esplendores del califato de Córdoba; el desarrollo urbano, agrícola y manufacturero de Al-Andalus y la persistencia del mahometismo en España, -luces y sombras- ha habido la tendencia a considerarlas como elemento diferenciador de la historia de la península ibérica respecto a la del resto de Europa. Tener presentes las influencias musulmanas en la historia de España es cosa distinta a considerar que lo explican todo.

En cuanto a la Inquisición, es constante atribuirle el origen de todos los males sufridos desde comienzos del siglo XVI hasta hoy. No se suele señalar que las persecuciones por motivos religiosos fueron más tempranas, intensas y sangrientas que en España en otros países de Europa. Las víctimas fueron muy inferiores en número en España a las que hubo en Francia, en Inglaterra o en Alemania. En cuanto a que la Inquisición «frenó todo avance cultural», especialmente en el siglo XVII, que es cuando se atribuye mayor eficacia a los autos de fe, no se repara en la contradicción de denominar esa centuria como siglo de oro, por ser el de máximo florecimiento cultural, tanto en lo literario como en lo artístico.

En cuanto a la acción española en América, es batalla perdida, al menos hasta ahora, cuando se habla con no historiadores, intentar poner orden en el caos de información inexacta y en los lugares comunes respecto a los efectos de la llamada colonización. De poco sirve mostrar que en América no se hizo cosa distinta de la que se llevó a cabo en el valle del Guadalquivir, después de las conquistas de Fernando III, o en el reino de Granada desde su incorporación a Castilla, culminada en la toma de la ciudad en 1492. El que yo llamo «último reducto» en mis conversaciones con los convencidos de la explotación, de los robos, de la acción sanguinaria de los españoles en las Indias y es preguntarles si consideran bueno que la América española -y la portuguesa- pertenezcan al mundo occidental, y por qué es así. Como la respuesta es afirmativa, los detractores suelen quedar prisioneros de sus contradicciones.

Respecto a la Decadencia durante el siglo XVII, los memoriales y discursos de los escritores políticos de aquella centuria siguen vigentes y tomados como artículo de fe por quienes no se resignan a no situar en aquella centuria la crisis de la sociedad feudal, debida a una traición de la burguesía (por no adivinar los hombres de negocios de entonces el papel de «clase ascendente» que les habría de asignar Marx) y a la reacción señorial, consistente en que hubiese señores más atentos a sus intereses materiales. El siglo XVII fue de esplendores y de crecimiento económico en el gran conjunto formado por España y las Indias. Así ha de reconocerse, como muestran el proceso de crecimiento urbano en América, prueba evidente de desarrollo, y los reajustes que tuvieron lugar en España.

Julián Marías reconoce que la idea de considerar España como un mosaico se formuló en la segunda mitad del siglo XIX. Ortega se refirió a ello en España invertebrada. Actualmente, la diversidad enriquecedora se ve en sus particularismos y se aprovecha por los políticos para formar su clientela y, con la tergiversación de la historia, fomentar sentimientos nacionalistas. Fundar sentimientos con falsedades ha tenido siempre pésimas consecuencias. Esperemos que la sensatez y el buen juicio se impongan frente a esa tendencia a presentar la historia de España como caso particular negativo en la historia de Europa, con tan tristes efectos para la convivencia y para las libertades.

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